Hacer discípulos desde los más pequeños


¿Por qué es tan importante hacer discípulos desde pequeños?

– A Dios le importan los niños

En el Antiguo Testamento hallamos muchas historias, y sí, también aquellas que involucren a los niños y su importancia para el Reino de Dios. El libro de 1 Reyes 14 nos relata la historia de Jeroboam, un rey de Israel que no había hecho lo bueno delante de Dios. El Señor le dice a través del profeta que toda la familia de Jeroboam moriría de forma cruel por haber sido idólatra. Dios acusa a Jeroboam de no haber guardado sus mandamientos ni haberlo seguido de todo corazón (1 Reyes 14:7-9). Toda la casa de Jeroboam sería destruída y los animales se los comerían. Pero el profeta advirtió algo sobre el niño Abías. Él sería el único de la casa de Jeroboam que moriría y tendría una sepultura, “porque de la casa de Jeroboam, sólo en él fue hallado algo bueno hacia el Señor, Dios de Israel” (1 Reyes 14:13 LBLA). ¡Abías fue un niño que a pesar de todo su contexto familiar pudo hallar gracia ante el Señor! Las consecuencias del pecado de su padre eran inevitables, pero Dios tuvo cuidado aún de su enterramiento. 

El Nuevo Testamento también nos enseña acerca del valor que tienen los niños para Dios. En Mateo 18:14 dice: “Así también, el Padre de ustedes que está en el cielo no quiere que se pierda ninguno de estos pequeños”. Un corazón alineado con su divina voluntad comprenderá y persistirá en que ninguno de estos pequeños se pierda.

JUnTOS evangelismo 2022, San Juan, Argentina.

– Al ganar a un niño para Cristo, se gana una vida entera para Él

Si leemos en Proverbios 22:6, encontramos la siguiente instrucción: “Enseña al niño el camino en que debe andar, y aun cuando sea viejo no se apartará de él” (LBLA). Cuando un niño es ganado para Cristo, es más probable que aún no haya desperdiciado su vida en cosas que dañan su cuerpo, vicios o decisiones que traen graves consecuencias. En el momento en que un pequeño cree en Jesús como su Salvador, y además es discipulado, hay toda una vida por delante para que el niño honre a Dios, dedique su vida a llevar el evangelio y tome las decisiones correctas en cada etapa de su vida. Esto significa que habrá un discípulo de Cristo que desde temprana edad estará haciendo más discípulos.

Los niños forman parte de la gran comisión. Ellos también necesitan salvación. 

– Los niños tienen naturaleza pecadora

En la cultura que vivimos hemos escuchado más de una vez frases como: “Los niños son buenos”, “ellos no tienen maldad” o “los niños no nacen siendo malos, sino que la sociedad los corrompe”. Esto no es más que una filosofía que va en contra de lo que la Palabra de Dios enseña. En efecto, la iglesia de hoy corre el riesgo de tomar ese pensamiento que impacta directamente en nuestra visión sobre la gran comisión y los niños: si un niño es naturalmente bueno, no necesita ser salvo, entonces no necesitamos predicarle. Cuando sea mayor y entienda, le mostraremos el mensaje de salvación. Sin embargo, esto está muy alejado de la verdad que Dios nos revela en la Biblia.  

La escritura nos advierte que el pecado alcanzó a todos los hombres y que no hay diferencia, pues todos somos pecadores (Ro 3:22b-23).Es interesante leer que al final del libro de Esdras, cuando el profeta ora a Dios en reconocimiento por todo el pecado que el pueblo había hecho, allí se nos cuenta que los niños lloraron amargamente al entender que ellos también habían pecado delante de Dios (Esdras 10:1). 

 En el momento que el niño toma conciencia de lo que es bueno y malo, ya es condenado por su pecado y, por lo tanto, necesita la salvación. 

– Jesús vino al mundo a mostrar su amor también por los niños 

Dios ama a las personas, se interesa por ellas y quiere salvarlas. Su Palabra es muy clara en esto (Is 53.4-7; Heb 1:1-4; 2 Co 5:18-19). A veces dejamos de lado esta verdad cuando hablamos de los niños. 

Los discípulos de Jesús pensaron que los niños no eran parte de su plan. En Mateo 19:13-15 se nos cuenta el momento cuando las personas llevaban a sus niños a Jesús para que orará por ellos y los bendijera, pero los discípulos los alejaban para no que no lo molestaran al señor Jesús. El maestro respondió diciendo que los dejen venir a él, porque de ellos era el reino de los cielos. Al marcarles esto a sus discípulos no solo enfatizó en el valor de los niños, sino también les aseguró que los pequeños que aún no han llegado a la edad de conciencia y mueren, ya pertenecen al reino de los cielos.

William MacDonald en su comentario dijo: “Las palabras de Jesús deberían hacer consciente al siervo del Señor de la importancia de alcanzar a los niños, cuya mente es sumamente receptiva, con la Palabra de Dios. Además, los niños que desean confesar su fe en el Señor Jesús deberían ser alentados, no refrenados. Nadie conoce la edad de la persona más joven en el infierno. Si un niño desea verdaderamente ser salvado, no se le debería decir que es demasiado pequeño. Al mismo tiempo, los niños no deberían ser presionados a hacer una falsa profesión. Por lo susceptibles que son a los llamamientos emocionales, deberían ser protegidos de métodos evangelísticos de presión. Los niños no tienen que volverse adultos para ser salvos, sino que los adultos tienen que volverse como niños (Mt 18:3-4; Mar 10:15).”

¿Qué implica hacer discípulos de los más pequeños?

– El maestro es la imagen de Jesús que los niños van a conocer de cerca

Es nuestra responsabilidad como maestros presentar a Cristo a los pequeños. Volvamos a la definición de cristiano “pequeño Cristo”. ¡Eso es lo que debemos ser con los niños! Ellos podrán aprender mucho en nuestras clases o charlas sobre cómo era Jesús, sobre lo que Él hizo y lo que Dios puede hacer en sus vidas, pero harán todas esas enseñanzas tangibles al vernos a nosotros. Es por esto que somos llamados a ser como Jesús fue con los niños. Llamados a predicarles el evangelio y hacerlos discípulos de Jesús. A proveer para sus necesidades básicas si en su contexto no están siendo suplidas. A mostrar el amor de Dios hacia ellos. A tener misericordia de sus condiciones y realidades. Ser pacientes en su crecimiento y progreso. A corregir e instruirlos en el camino de la verdad. 

Y, ¿cómo podemos ser un pequeño Cristo? ¡Estando cerca de Él!

 El maestro primeramente debe permanecer en Cristo y seguirle cada día para poder guíar a los niños.

– El discipulado de los niños es todo el tiempo

Cuando estamos el suficiente tiempo con un niño, nos damos cuenta de una cosa: ¡A ellos no se les escapa una! Cuando les enseñamos o decimos algo, ellos estarán atentos a lo que nosotros hagamos con esa misma palabra. La frase “haz lo que yo digo, pero no lo que yo hago” no tiene ninguna cabida aquí. Los niños están permanentemente observando lo que hacemos o decimos. Ellos ven si nosotros vivimos esto que decimos creer. Se fijan si realmente ponemos en práctica todas las enseñanzas que les damos a ellos. Y tomarán ejemplo de lo que vean en nosotros.

Por esto mismo, el discipulado no se circunscribe a un tiempo delimitado de la semana. ¡Es todo el tiempo! Donde sea que los niños nos encuentren, deben ver que nosotros vivimos lo que predicamos. Y esto sólo se logra genuinamente siendo un verdadero discípulo de Cristo.

– El maestro tiene una gran responsabilidad

Como mencionamos en el punto anterior, los niños toman ejemplo al ver cómo vivimos. La Biblia dice en Mateo 18:6: “pero si hacen que uno de estos pequeños que confía en mí caiga en pecado, sería mejor para ustedes que se aten una gran piedra de molino alrededor del cuello y se ahoguen en las profundidades del mar.” (NTV). Vemos aquí que como maestros tenemos una gran responsabilidad, y Su Palabra también dice que los maestros recibirán un juicio más severo si dejan de practicar lo que enseñan (Stg 3:1). 

Si por lo que enseñamos, por el ejemplo que damos o por no cumplir el rol que nos corresponde como maestros hacemos que un niño caiga en pecado, hay un gran castigo para nosotros. Discipular a los niños no debe ser tomado a la ligera, porque conlleva una gran responsabilidad ante Dios y ante los pequeños.

– Algunas consideraciones para trabajar con los niños

¡Seamos creativos! Los niños utilizan sus cinco sentidos en su proceso de aprendizaje. Podemos incentivarlos con visuales, canciones, manualidades, mímicas y actividades en las que usen el gusto y el olfato. Ellos aprenden más cuando participan activamente. Dios nos dotó de muchos recursos para aprender, ¿qué mejor que usarlos para comprender las verdades y poder aplicarlas a la edad de los niños y sus experiencias? 

¡Seamos ordenados! El tiempo de atención de los niños es menor que el de los adultos. Por lo general,  según la edad del niño es la cantidad de minutos que puede estar atento, es decir que un niño de 5 años presta atención a una misma actividad durante 5 minutos. Por esto, preparemos los momentos del tiempo que estaremos con los niños. Propongamos actividades diferentes, destinando un tiempo determinado para cada una y procuremos respetar esos tiempos. El orden nos ayuda a aprovechar el tiempo.

¡Seamos flexibles! Los ánimos y la energía de los niños no siempre son los mismos. Las mismas propuestas pueden tener distinto impacto de un encuentro a otro. Tranquilos, eso no es malo. Es importante que estemos atentos a esta realidad para saber reestructurar las actividades y los tiempos sin perder de vista lo principal del encuentro (predicar y enseñar las verdades de Jesús). Pidamos a Dios sabiduría para poder ser ordenados y flexibles.

¡Seamos como niños! Un buen ejercicio es pensar como ellos. Esforcémonos por comprender su forma de pensar y por entender cómo ven ellos las cosas. Busquemos conocer qué les interesa, qué les apasiona, con qué sufren y cuáles son sus necesidades. Así los pequeños podrán ver que cada verdad del evangelio y de Dios alcanza su realidad y tiene el poder para transformarla. 

 

Artículo para JUnTOS.
Por Malcom Robertson y Paulina Urquiza.